HACE POCO RUIDO
Han pasado
las fiestas navideñas donde, en principio,
todo es
cordialidad, amabilidad y cortesía. Sin embargo,
hay no
pocos casos en que el “espíritu de contradicción”,
de algunos,
enturbia el ambiente familiar o de amistad.
Con
demasiada frecuencia, la grosería, la falta de respeto
y la
prepotencia verbal parece el hilo conductor de muchas
conversaciones,
ello envenena el ambiente social y familiar.
A esto hay
que añadir, la crispación que crea la actual
situación
de crisis económica y moral que padecemos.
Por ello,
al comenzar un nuevo año, no está mal que
hablemos de
la virtud de la amabilidad o afabilidad como
algo
esencial para una convivencia pacífica. Las relaciones
de las
personas con sus semejantes, tanto en palabras
como en los
hechos, requieren unos comportamientos que
hagan más
grata y amable la vida a quienes les rodean.
Ser
amables con quienes se convive requiere la misma
justicia
del trato que merece todo persona por su dignidad.
¡Qué
difíciles se hacen las relaciones humanas cuando hay
que
aguantar o sobrellevar a una persona triste, desagradable
o
malhumorada! Es entonces cuando se echa de menos la
afabilidad,
virtud que hace poco ruido pero que contrarresta la
frialdad
del silencio o la severidad del gesto, bastaría como diría
Juan Pablo
II una palabra cordial, un gesto afectuoso para
despertar inmediatamente
en el otro, una señal de atención y
de
cortesía, como ráfaga de aire fresco.
Autor: Juan
del Río Martín
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