La
resurrección
El
hombre es una unidad compleja, con dos dimensiones esenciales, cuerpo y alma,
distinguibles, no separables. El cuerpo es el hombre todo entero, visto desde
su exterioridad. El alma es el hombre todo entero, visto desde su interioridad.
Interioridad y exterioridad son también dimensiones distinguibles, no
separables.
Nazco,
vivo, muero y resucito simultánea y dinámicamente, por tanto, tengo en mis
manos el poder de moldear mi nacimiento, vida, muerte y resurrección. Desde que
nazco, comienzo a morir y resucitar, y en la muerte acabo de nacer, llego a la
plenitud de la vida, que es la resurrección, Dios llenándome de sí.
El
cadáver no es el cuerpo, sino el residuo que queda en mi proceso de
transformación radical. Me cuido con esmero infinito por saber que en la muerte
resucito en cuerpo y alma participando para siempre de la condición divina.
Cuando
el Verbo se hace hombre, su cuerpo realiza todas las funciones de ver, oír,
oler, gustar y tocar de modo espacial y temporal, que al morir sigue realizando
de modo inespacial e intemporal.
Después
de morir Jesús, el evangelio habla de apariciones, en que sus discípulos lo
perciben de modo invisible, pues, gracias a Él, se sienten otros siendo los
mismos, con un mejoramiento radical, porque de cobardes se vuelven valientes,
de bruscos delicados, de egoístas generosos.
Con
Jesús, la palabra resurrección adquiere un sentido nuevo: vida de Dios, vida en
plenitud. Santa Teresita decía: “Yo no muero, entro en la vida”. Vida en la
cual iba entrando cada día por cultivar su relación de amor con Jesús, el
Creador.
El
testimonio de San Pablo es arrobador. “Porque la vida de los que en ti creemos,
Señor, no termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo” (2 Cor 5, 1). Estamos llamados a
llenar de amor cada gesto de cuerpo y alma, como anticipo de la resurrección.
Sor
Isabel de la Trinidad oraba así: “¡Oh mis Tres, mi todo, mi eterna
Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo! Me entrego a
ti para siempre. Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti hasta que vaya a
contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas”. Expresión perfecta de la
resurrección ya en esta tierra.
“¡Qué
pura, Platero, y qué bella es esta flor del camino! [...] Esta flor vivirá
pocos días, Platero, aunque su recuerdo podrá ser eterno”. También las flores
resucitan, participando de la belleza divina.
COLUMNISTA
P. HERNANDO URIBE
Fuente:
El colombiano
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