martes, 10 de enero de 2017

El rey poderoso que no pudo ver al niño rey

El poder amenazado es quizá lo que nos recuerda la figura de Herodes el Grande. Su gobierno que duró por casi cuatro décadas está marcado por una vorágine de hechos dolorosos y crueles, el asesinato selectivo de toda la familia asmonea y luego el de su esposa, la eliminación de sus hijos y parientes cercanos por creer que tramaban hacerse con su poder, este es el rey que aparece mencionado en los evangelios y a quien se le atribuye la matanza de los niños en Belén y las regiones vecinas.

La matanza de los niños inocentes parece ser la característica del poder que quiere ser Dios. En efecto, allí en donde el poder se absolutiza lo que está en peligro es la vida. No se puede proteger la vida en donde el poder quiere divinizarse asimismo, porque al hacerlo, exigirá cada vez más la inmolación y el sacrificio sin consideraciones de la persona humana. Herodes encarna ese tipo de poder que muchos reyes y soberanos han pretendido construir a lo largo y ancho de la historia, un poder que lleva en sus entrañas el sello del desprecio más arrogante a la vida del hombre, un poder que ve sin valor alguno la existencia frágil de un niño aun no nacido.

Herodes no puede leer en el cielo el mensaje que Dios mismo ha revelado a los reyes magos, estos en actitud humilde, reconociéndose pequeños ante un acontecimiento que no pueden explicar y que los sobrepasa, comprenden y descubren el misterio de este niño rey que será siempre una amenaza para quien entiende el poder en la forma de Herodes. Herodes no pudo ser iluminado por la luz de lo alto, el brillo de su poder humano le impidió contemplar aquel resplandor inmortal de un pequeño nacido en la más absoluta pobreza. Herodes no pudo ver la luz de aquél bebé recién nacido, ni pudo disfrutar de su paz, porque ésta, sólo se puede recibir si existe en el corazón una actitud humilde y reverente para aceptar este niño como Rey y Señor.


P. CARLOS ALBERTO MONSALVE SALINAS

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