Antes de entrar en materia, proponemos un
ejemplo. Cuando una familia conserva la casa de los bisabuelos sin dejar que se
deteriore, llama la atención la cantidad de objetos e historias sorprendentes
que engloba. Es una caja de tesoros y, al mismo tiempo, una infraestructura
renovada, con buen mantenimiento porque se considera un legado. El correr de
los años, le da un “plus”. Lo mismo pasa con la Iglesia. Son dos milenios y
esto no significa que se trate de un museo, de algo estático, pero sí que hay
una buena reserva cultural que, a través de relecturas, como los concilios y
sínodos, responde a los retos de hoy debido a que ha crecido con la humanidad
de los últimos veintiún siglos lo que, a su vez, le da una capacidad de
comprensión de la realidad única en su tipo, al estar en contacto con las
fuentes históricas. Por eso recuperar el bagaje de Santo Domingo de Guzmán
(1170-1221), aporta respuestas, vías de acceso a un mundo que cuestiona la fe.
¿Debe asustarnos dicho cuestionamiento? En lo más mínimo. Al contrario, peor
sería que nadie planteara dudas, porque significaría indiferencia, pérdida de
sentido, de visión trascendente.
¿Qué haría Domingo si tuviera enfrente a un grupo de personas agnósticas o ateas? Empecemos por lo que no haría: enojarse, dar explicaciones meramente sentimentales, excluir, asustarse, diluir la fe para “caer bien”, fingir y, sobre todo, dejar pasar la oportunidad si se da de forma natural; es decir, sin presionar. A “contrario sensu”, lo que si llevaría a cabo se resume en una palabra: Diálogo. ¡Eso es predicar!
Ahora bien, el verbo “dialogar”, se ha distorsionado por completo y hay que aclararlo de una vez. Tres ejemplos que muestran dicha necesidad: “como dialogo, me quito la cruz de la cadena al entrar al foro para no resultar intolerante”, “como dialogo evito que alguien quiera hacerse católico por considerarlo imposición” y “como dialogo puedo relativizar la doctrina”. Santo Domingo, en cambio, entiende que para dialogar hay que cuidar lo siguiente: Oración-estudio, identidad y argumentación.
Oración-estudio:
Si, por ejemplo, vamos a platicar con un budista, hay que conocer muy bien su filosofía y eso se hace a partir del estudio. Por eso, los dominicos son llamados a la vida intelectual. Es decir, estudiar lo propio y, al mismo tiempo, lo ajeno que, en realidad, debe resultar cercano por la tarea de la evangelización. Pero, ¿solo la teoría basta? No. Necesitamos de la oración y de los sacramentos, para que lo que digamos sea efectivo, partiendo de la experiencia de Dios y no de un slogan proselitista.
Identidad:
Somos católicos y dialogar no es borrar lo que creemos, disimularlo para que nadie se moleste. Eso se llama fraude. Hay que ser sinceros y platicar, escuchar, sí, pero desde la propia identidad. Si al ateo le causa conflicto la cruz, no la elimino. En su lugar, se la explico. A veces, somos acomplejados, como si fuera malo compartir lo propio. Claro nunca hay que hacerlo sintiéndonos superiores, mirando por encima del hombro o exaltando tanto nuestra historia que perdamos de vista los pecados cometidos. Se trata de dialogar para aclarar y encontrar puntos en común. El papa Francisco, además de esto, propone algo muy valioso: compartir proyectos humanitarios en común. Excelente vía que, además de realista, acaba con los “fantasmas” propios de las fallas en materia de comunicación interreligiosa.
Argumentación:
El primer argumento es la propia vida y el segundo la palabra. Hay que saber ser asertivos, porque a veces va un católico a un programa de televisión y, de momento, aunque hay buena intención, dice alguna que otra cosa de dudosa procedencia que termina por caer en el mal modo y proyectar la idea de una Iglesia que no escucha. Santo Domingo caminaba con los que no pensaban como él y, desde la conversación abierta, les explicaba el sentido de su fe. No como algo abstracto, sino encarnado; es decir, partiendo de la realidad y con práctica en la expresión oral.
Santo Domingo, no estaba de acuerdo con la imposición de la fe tan característica en la época que le tocó vivir. Por eso pensó en algo alterno: predicar como lo hacían los apóstoles. Hoy, dicha predicación, es lo que toca hacer.
¿Qué haría Domingo si tuviera enfrente a un grupo de personas agnósticas o ateas? Empecemos por lo que no haría: enojarse, dar explicaciones meramente sentimentales, excluir, asustarse, diluir la fe para “caer bien”, fingir y, sobre todo, dejar pasar la oportunidad si se da de forma natural; es decir, sin presionar. A “contrario sensu”, lo que si llevaría a cabo se resume en una palabra: Diálogo. ¡Eso es predicar!
Ahora bien, el verbo “dialogar”, se ha distorsionado por completo y hay que aclararlo de una vez. Tres ejemplos que muestran dicha necesidad: “como dialogo, me quito la cruz de la cadena al entrar al foro para no resultar intolerante”, “como dialogo evito que alguien quiera hacerse católico por considerarlo imposición” y “como dialogo puedo relativizar la doctrina”. Santo Domingo, en cambio, entiende que para dialogar hay que cuidar lo siguiente: Oración-estudio, identidad y argumentación.
Oración-estudio:
Si, por ejemplo, vamos a platicar con un budista, hay que conocer muy bien su filosofía y eso se hace a partir del estudio. Por eso, los dominicos son llamados a la vida intelectual. Es decir, estudiar lo propio y, al mismo tiempo, lo ajeno que, en realidad, debe resultar cercano por la tarea de la evangelización. Pero, ¿solo la teoría basta? No. Necesitamos de la oración y de los sacramentos, para que lo que digamos sea efectivo, partiendo de la experiencia de Dios y no de un slogan proselitista.
Identidad:
Somos católicos y dialogar no es borrar lo que creemos, disimularlo para que nadie se moleste. Eso se llama fraude. Hay que ser sinceros y platicar, escuchar, sí, pero desde la propia identidad. Si al ateo le causa conflicto la cruz, no la elimino. En su lugar, se la explico. A veces, somos acomplejados, como si fuera malo compartir lo propio. Claro nunca hay que hacerlo sintiéndonos superiores, mirando por encima del hombro o exaltando tanto nuestra historia que perdamos de vista los pecados cometidos. Se trata de dialogar para aclarar y encontrar puntos en común. El papa Francisco, además de esto, propone algo muy valioso: compartir proyectos humanitarios en común. Excelente vía que, además de realista, acaba con los “fantasmas” propios de las fallas en materia de comunicación interreligiosa.
Argumentación:
El primer argumento es la propia vida y el segundo la palabra. Hay que saber ser asertivos, porque a veces va un católico a un programa de televisión y, de momento, aunque hay buena intención, dice alguna que otra cosa de dudosa procedencia que termina por caer en el mal modo y proyectar la idea de una Iglesia que no escucha. Santo Domingo caminaba con los que no pensaban como él y, desde la conversación abierta, les explicaba el sentido de su fe. No como algo abstracto, sino encarnado; es decir, partiendo de la realidad y con práctica en la expresión oral.
Santo Domingo, no estaba de acuerdo con la imposición de la fe tan característica en la época que le tocó vivir. Por eso pensó en algo alterno: predicar como lo hacían los apóstoles. Hoy, dicha predicación, es lo que toca hacer.
Fuente: Los Blogs
religion en libertad
No hay comentarios:
Publicar un comentario